miércoles, 9 de marzo de 2011

Vampirella Capitulo 1

Capítulo 1

Hace muchos años, vivían en las afueras de la ciudad un matrimonio con cuatro hijas, llamadas: Clara, Ana, Cloe y Cristina; eran muy guapas, tanto, que los muchachos del pueblo se las quedaban mirando cuando pasaban por delante de sus casas para ir a la escuela. Clara siempre había sido rubia como su madre Laura, tenía unos ojos marrones, (cálidos como la tierra) figura esbelta, todavía tenía los rasgos de una chica de quince años, inocente como un pajarillo en su nido. Ana era todo lo contrario a su hermana, pelo castaño como su padre Miguel, con curvas pronunciadas, que, a pesar de sus dieciséis años era muy madura. Cloe tenía los rasgos de su abuela Alexia, era morena, ojos verdes, bonita figura, que la hacía resaltar mucho con los vestidos que la compraba su padre. Cristina era una mezcla de sus padres, era la niña mimada de Laura, nunca se alejaba de ella. Había un chico que estaba perdidamente enamorada de ella, se llamaba Ricardo y siempre que pasaba cerca de ella, se la quedaba mirando. En su familia, desde que eran pequeñas siempre se les había dicho que algún día, un príncipe de la realeza vendría a por una de ellas y la tomaría como esposa. Y esa chica daría a luz a una niña especial, que la pondría por nombre Adriana y que sería una buena reina para el país y el mundo entero, que el pueblo entero la querría como a ninguna reina anterior. Las muchachas estaban ansiosas por saber cuál de ellas sería la elegida y se peleaban entre sí para ver quién era la más guapa y quien era la mejor en todo. A finales de marzo empezaron a suceder misteriosos asesinatos en las cercanías del pueblo y sus padres las prohibieron salir de casa. Un día cuando toda la familia estaba en la mesa, a punto de cenar, oyeron pasos fuera. Miguel se puso tenso y las mandó a todas a sus cuartos, subieron rápidamente las escaleras intentando no hacer demasiado ruido, asustadas por lo que podría haber fuera de la casa a esas horas tan oscuras.
Su padre cogió una escopeta y salió afuera, hacia la oscuridad de la noche. Cloe asomada a la ventana de su cuarto las dijo a sus hermanas que se callaran, posó la cara en la ventana de su cuarto, vio a su padre con la escopeta en la mano, el dedo cerca del gatillo y con el seguro quitado, pero, no podía oírle y si pasaba algo tendría que bajar a ayudarle para enfrentarse a lo que sea que estuviese rondando la casa.
-¿Quién anda ahí?-Dijo Miguel con voz temblorosa, estaba asustado.
Un crack detrás de él, le hizo darse la vuelta rápidamente, topándose con unos ojos tan negros como el carbón; un chico de unos veinte años, rubio y alto le estaba mirando de una forma extraña.
-Buenas noches, joven, ¿Qué le trae por esta, nuestra casa, a estas horas de la noche?-El joven se le quedó mirando, pareció reaccionar, e iba a decir algo, cuando miró a la ventana del primer piso. El joven desvió la vista de la habitación de las chicas y le miró a los ojos -Vengo desde tierras lejanas para tomar una esposa, desde que nací me han dicho que cuando cumpliese los veinte y estuviese preparado, tendría que buscar una mujer que me estaba destinada y que lo sabría en el momento en que la viese-paró para tomar aire y continuó- creo señor que ya la he encontrado, pues si no me equivoco y creo que no es así, acabo de ver a una de vuestras hijas por la ventana y he sabido que era ella.-Dijo él, dejando a Miguel con cara de asombro.
Miguel paralizado por lo que le había dicho el muchacho, habló finalmente y dijo que entrase, que afuera hacía mucho frio y que quería hablar con el joven.
Entraron y Laura le puso al joven otro plato más, pero el muchacho le dijo…
-No gracias, sigo una dieta especial.-Dijo el chico, intimidado por tanta cortesía.
Encima del salón, en la habitación de las chicas, el corazón de Cloe seguía acelerado a causa del muchacho, aquella mirada había hecho que su corazón se acelerase como nunca. En cuanto lo vió, supo que era él, sus padres llevaban toda su vida diciéndoselo y ahora estaba allí, en el comedor, entablando conversación con ellos. Tarde o temprano tendrían que bajar las cuatro y presentarse a ese extraño que venía a por una de ellas y se la llevaría lejos. Ese sentimiento la abrumó, a partir de ese día no volvería a ver a una de sus hermanas. Miedo es lo único que sintió, cuando oyó pasos que subían por la escalera y vió a su padre entrando en su cuarto.
-Chicas, venid conmigo y comportaros educadamente, tenemos visita-Dijo Miguel con el semblante sombrío, pues el también lo sabía.
Las cuatro chicas empezaron a bajar las escaleras, nerviosas y asustadas por primera vez, nunca habían pensado que ese día llegaría tan pronto. Cloe iba cabizbaja por temor de que el muchacho descubriese que ella era la chica de la ventana. Empezó a sentir odio hacía aquel extraño, si en sus manos estaba, las chicas nunca se separarían y menos por él, por mucha profecía que hubiese. Llegaron a la planta baja y se dirigieron hacia el comedor donde les esperaba el misterioso muchacho. Cuando Cloe llegó y entró, se quedó paralizada, el muchacho era guapísimo y la estaba mirando, a ella. Tuvo que apartar la mirada para no volver a perderse en aquellos ojos que mostraban tristeza y algo que no terminaba de descubrir, parecía que trataba de decirla algo, obviamente estaba pensando tonterías se dijo a sí misma. Iba a decir algo cuando su padre la interrumpió. Puso a las cuatro desde la más pequeña a la más mayor en fila. Que estaba pensando su padre, que eran trofeos para exponer, ocultó su enfado por pura educación y dejó que las cosas siguieran su curso.
-Estas son: Clara, Ana, Cloe y Cristina-Dijo Miguel con orgullo. Cloe verdaderamente estaba delirando, porque creyó ver que el chico, al mencionarla su padre, la había mirado fijamente. Ella apartó la vista sonrojada. Que la estaba pasando, porque se comportaba de esa forma tan estúpida pensó ella.
-Muchacho, preséntate ¿No?-Dijo Miguel nervioso porque el muchacho no reaccionaba.
-Solo ella es la única que sabe mi nombre, me dijeron que en cuanto yo la viera sabría su nombre y he acertado, ahora quiero que me lo diga ella, si es mi destinada sabrá mi nombre-Y diciendo eso cerró la boca.
-Clara, ¿Sabes cómo se llama?-Dijo Cristian con voz apagada, pues siempre había sido su hija preferida, su pequeña niña, le dolería mucho si tenía que separarse de ella. Todavía recordaba las tardes de invierno en que su hija le acompañaba para hacerle compañía, mientras el cortaba leña para la casa.
Clara, muy nerviosa se puso a pensar , pues aquel hombre que estaba sentado en una silla de su casa la intimidaba mucho y la asustaba.
-¿Alex?-Lo dijo con miedo de haberse equivocado, temía que aquel joven se enfadase con ella y la hiciese daño, pero aquel muchacho tan extraño, terminó riéndose sin ninguna explicación, se serenó y dijo que continuaran.
-¿Ana?
Ana no estaba nerviosa, creía que ese muchacho joven y apuesto, parecía provenir de buena familia, se imaginó con él, viviendo felizmente en un castillo, cuidando a la niña de la profecía con la que tanto había soñado, pero tuvo que dejar los sueños para después, todos esperaban con impaciencia su respuesta.
-¿Eduardo?-Dijo muy decidida y firme. El joven sonrió y dijo que tampoco había acertado. Miguel iba a mencionar a su siguiente hija, cuando el joven le interrumpió y le dijo que quería hacerlo el mismo. A Cloe casi le da un ataque al corazón, estaba nerviosa porque en ese momento el chico dirigía su mirada hacia ella. Entonces lo supo, supo su nombre, vino de algún lugar de su mente, intento buscar ese lugar pero no le dieron tiempo, pues en ese mismo momento, el joven se levantó de la silla y se dirigió hacia ella. Empezó a sentir algo en el corazón y se estaba dando cuenta, que cuanto más se acercaba a ella, más crecía esa sensación en su pecho, tanto que creía que su corazón no soportaría más y moriría en aquel mismo momento, pues nunca se había sentido de esa manera. El chico llegó y se puso enfrente de ella, estaba serio, había algo en sus ojos que no era capaz de descifrar.
-¿Cloe?- Lo dijo con tanta lentitud, algo se despertaba en su interior, ya no era una niña, había pasado a ser algo más, algo que no era capaz de entender. Empezó a temblar, le flaquearon las piernas y por un momento su mundo se derrumbó y se sumió en la oscuridad. No sin antes decir su nombre…
-Jack- Y se desmayó en sus brazos. El chico no paraba de sonreír, pues por fin la había encontrado, después de tanto tiempo y el inmenso recorrido que había hecho para encontrarla, había merecido la pena.

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